Lo Secular y lo Sagrado: El Llamado de Dios a una Vida Integral
Uno de los capítulos más insólitos de la Biblia se encuentra en Levítico, donde se presenta un cambio radical en el enfoque dado hasta ese momento. Hasta el capítulo 10, el tema principal había sido la adoración a Dios a través de ofrendas y sacrificios, pero a partir de allí, el énfasis cambia hacia el alimento para el pueblo y cómo deben vivir en el mundo. Esta transición no diferencia entre lo que llamamos “sagrado” y “secular”, sino que mantiene el mismo nivel de importancia y detalle en ambas áreas.
Hoy en día, es común que las personas establezcan una falsa distinción entre lo que pertenece a la iglesia, que consideran “sagrado”, y lo que ocurre fuera, que etiquetan como “secular”. Incluso dentro de las comunidades religiosas, muchas veces se considera “sagrado” hasta lo trivial o negativo que sucede en la iglesia, como el chisme. Sin embargo, la realidad es que Dios no hace esa división, y el apóstol Pablo lo deja claro en 1 Corintios 10:31 cuando dice: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Esto significa que cualquier labor—desde lavar platos hasta trabajar en una oficina—es una oportunidad para honrar a Dios.
Este capítulo de Levítico es insólito precisamente porque Dios establece un menú detallado para Su pueblo, especificando qué animales pueden comer y cuáles no. Esto suscita preguntas profundas: ¿Realmente el Dios del vasto universo se interesaría en algo tan específico como la dieta de Sus criaturas? ¿Puede el Creador de todo haber tomado el tiempo para ordenar qué comer? La respuesta que el capítulo ofrece es contundente: Dios sí se interesa en cada detalle de nuestra vida. Nada es demasiado pequeño para Su atención.
Una anécdota ilustrativa es la respuesta del Dr. G. Campbell Morgan ante la pregunta de si debemos orar por las cosas pequeñas en nuestra vida. Él contestó: “¿Puede nombrar usted alguna cosa en su vida que sea demasiado grande para Dios?” Esta perspectiva nos invita a replantear cómo vemos nuestras preocupaciones, ya que Dios no divide las cosas en problemas grandes o pequeños; para Él, todo merece Su cuidado y atención.
Más allá de la dimensión espiritual, estas leyes dietéticas tenían un propósito práctico y de salud para el pueblo de Israel. Las prohibiciones no eran producto de superstición ni meros rituales para separar lo “limpio” de lo “inmundo”. Dios, en Su sabiduría, veló por la salud de Su pueblo. Algunos animales y aves, que Moisés ordenó evitar, eran más propensos a parásitos y enfermedades, muchas de las cuales podían transmitirse a las personas.
El Dr. S. H. Kellogg, médico y científico, afirmó que uno de los grandes descubrimientos de la ciencia moderna es que muchas enfermedades de los animales se deben a parásitos, y que aquellos considerados inmundos eran especialmente propensos a estas dolencias. Además, muchas de estas enfermedades parasíticas podían transmitirse entre animales y humanos. Ejemplos claros son la triquinosis en cerdos o la difteria en pavos. Aunque ni Moisés ni los médicos egipcios conocían esto, Dios sí lo sabía y lo reveló para proteger a Su pueblo.
El Dr. Noel de Mussy, en 1885, señaló que el concepto moderno de enfermedades parasíticas ya estaba reflejado en los mandatos de Moisés, quien estableció reglas higiénicas y de saneamiento que protegían a Israel. Excluyó del régimen alimenticio a animales particularmente vulnerables a infecciones y exigió procedimientos como el desangrado antes del consumo para evitar el contagio.
Estos mandatos tuvieron un efecto histórico notable. Durante la peste negra, que devastó Europa, los judíos mantuvieron una inmunidad mucho mayor, situación que fue objeto de rechazo y acusaciones infundadas. Investigaciones posteriores demuestran que la sabiduría divina contenida en estas leyes contribuyó a la salud prolongada y superior de la población judía durante siglos.
Para quienes vivimos hoy bajo el nuevo pacto, estas regulaciones no son obligatorias, pues la libertad en Cristo nos permite comer de todo como lo enseña la Biblia (Romanos 14:14; 1 Corintios 8:8). Sin embargo, el mensaje profundo permanece: no debemos separar lo espiritual de lo físico. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y por ello debemos cuidarlo con templanza, evitando excesos como la glotonería y practicando el dominio propio.
En definitiva, Dios nos invita a vivir una adoración integral donde todos los aspectos de nuestra vida—desde lo espiritual hasta lo cotidiano—honran Su nombre. No hay división verdadera entre lo sagrado y lo secular cuando todo es hecho para la gloria de Dios. Vivir así es reconocer que nuestro Dios se interesa hasta en el más pequeño detalle de nuestra existencia.
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