Jesús en el Libro de Éxodo

Lectura: Éxodo 12 y 1 Pedro 1:19
Uno de los eventos más épicos de la historia fue el día en que Dios rescató a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
¿Recuerdas las diez plagas? Cada una enfrentó a los dioses de Egipto. Finalmente, Dios ordenó que cada hogar cubriera el marco de su puerta con la sangre de un cordero; de lo contrario, el primogénito de esa casa moriría.
A la medianoche, cuando la tierra contenía el aliento, el ángel de la muerte visitó cada hogar que no tenía sangre en el marco de la puerta. En un golpe final, toda familia que ignoró la instrucción de Dios sufrió una pérdida. Quebrantado en espíritu, el faraón soltó su control sobre el pueblo de Dios y ellos recibieron la oportunidad de salir de Egipto.
¡Qué noche tan sobrecogedora y terrible! Desde entonces, el pueblo judío, incluido Jesús, ha celebrado esa salida milagrosa llamada la Pascua. Además de su lugar dramático en la historia, la Pascua es un retrato elocuente del Señor Jesús en el Antiguo Testamento.
¿Por qué fueron salvos esa noche? Todo se resume en una sola razón. Dios dijo: “Cuando vea la sangre, pasaré de largo.”
No fueron salvos por hacer lo mejor que podían, ni por pagar sus deudas, ni por ser buenas personas. Tampoco por pensamientos justos o sentimientos devotos. Solo fueron salvos quienes creyeron a Dios y confiaron en la sangre.
Hoy, es la sangre derramada de Cristo la que puede salvarte. Nada más.
Así como la primera Pascua marcó la libertad de los hebreos de la esclavitud egipcia, la muerte de Jesús marca nuestra libertad de la esclavitud del pecado (Romanos 8:2). Jesús es nuestro Cordero Pascual, el único sin pecado. Él es quien puede ofrecer a las personas una salida de la muerte y una esperanza segura de vida eterna.
Qué apropiado que la última cena que Jesús compartió con sus discípulos antes de entregar su vida fuera la cena de la Pascua. Al día siguiente, su sangre sería derramada, como en los marcos de las puertas.
La próxima vez que tomes la comunión, recuerda a Jesús, “el Cordero de Dios” (Juan 1:29), “nuestra Pascua, sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).